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IV. Jesucristo

#Valores: Los Valores son definiciones de lo que esperamos que nos identifique, estos artículos están pensados principalmente a quienes se quieran unir a nosotros en este proyecto tanto para orar, donar o colaborar.

Él es el Señor y fundamento de la iglesia, el centro de nuestro amor y fidelidad. En Él estamos unidos por amor, en una relación profunda con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Valores Beta #2: Jesús, el centro

La Trinidad nos permite entender la esencia de Dios, un Dios que a pesar de soberano se interesa en nosotros que es capaz de enviarse a sí mismo para participar en la historia humana en la persona de Jesús revelarnos el carácter de Dios de manera perfecta, para rescatarnos entregando su vida por amor, pues somos como ovejas perdidas o hijos pródigos que han huido de casa, y para darnos un camino a seguir. Por eso él es nuestro centro, y no necesitamos nada más.

Al orar al Padre, Jesús dice: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:25-26). Es decir, el Padre envió al Hijo para darse a conocer. No se trata solo de transmitir información sobre Dios, sino de compartir el amor que el Padre ha tenido eternamente por el Hijo con aquellos que creen en él. Esto revela una salvación que un Dios solitario no podría ofrecer: el Padre se deleita tanto en su amor eterno por el Hijo que desea compartirlo con todos los que creen. En última instancia, el amor de Dios por el mundo es la sobreabundancia de su amor por su Hijo.

Jesucristo, Dios hecho hombre, es la culminación de la obra creadora y redentora de Dios (Mateo 1:21-23; Juan 1:1-51; Filipenses 2:1-10). Este Hijo encarnado, modelo de nuestra creación, viene a habitar entre nosotros para llevarnos a la nueva creación, restaurarnos completamente y ofrecernos salvación. Al ver a Dios en Jesús, comprendemos que Él no solo quiere perdonarnos, sino que también desea que estemos tan unidos a Él que comencemos a vivir su vida. Al recibir el gran amor de Dios y seguirlo, empezamos a caminar por su sendero de amor (1 Juan 5:9-11).

Sin la cruz, nunca hubiéramos podido imaginarnos la profundidad y la seriedad de lo que significa decir que Dios es amor. “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (1 Juan 3:16). En la cruz vemos la gran santidad del amor de Dios, que la luz de su amor puro destruiría las tinieblas del pecado y el mal. En la cruz vemos la intensidad y fortaleza de su amor, que para nada es algo insípido, sino que es majestuosamente fuerte a medida que enfrenta la muerte, batalla contra el mal e imparte vida. Es por esto que el evangelio de Juan nos señala que en la cruz es donde tenemos el clímax de la revelación del carácter de Dios. Esta búsqueda de Dios por nosotros, por amor, no es más que el “misterioso testimonio que Dios nos da de que no estamos, nunca hemos estado y nunca estaremos solos. No estamos abandonados a nuestra suerte cuando se trata de nuestra relación con Dios.

Así, el amor del Padre al Hijo se nos ofrece como una cascada de amor. “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado. Permanezcan en mi amor” (Juan 15:9). A través de Jesús, afirmamos que el Padre nos ama y nos ha dado “la potestad de ser llamados hijos de Dios” (Juan 1:12). Esto, a su vez, nos permite responder a su amor: “Nosotros le amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Hemos sido creados para conocer su amor y amar al Señor nuestro Dios.

Por último, su amor no se limita a un acto pasado, sino que sigue actuando: no solo vino por nosotros, sino que también habita en nosotros en la persona del Espíritu Santo para hacernos uno con Él (Juan 3:14-17). Los cuales la primera de sus tres funciones, junto con unirnos a Cristo, el nos ayuda a que el carácter de Cristo sea formado en nosotros (Gálatas 5:22-23) y nos empodera para dar testimonio de Cristo (Hechos 1:8). 

Sin embargo, cuando desplazamos a Jesús del centro de nuestra fe, inevitablemente lo reemplazamos con otra cosa. Por ejemplo, si exaltamos el poder del Espíritu Santo sin mantener a Jesús en el centro, distorsionamos nuestra comprensión de Dios. Jesús mismo enseñó que el propósito del Espíritu Santo es glorificarlo a Él y guiarnos hacia su señorío (Juan 14 y 16). En la práctica, por ejemplo, esto significa que, si reconocemos que Jesús es el Señor, el Príncipe de los pastores y el modelo del siervo que entrega su vida por amor, entonces cualquier líder cristiano que se considere dueño y señor de las ovejas está profundamente equivocado, por más poder que parezca manifestarse a través de él (2 Corintios 10-12).

La gracia preveniente es nuestra experiencia de la determinación de Dios (que se ve más vívidamente en la cruz y resurrección de Jesús, pero que continúa sutil y poderosamente en nuestras experiencias diarias del amor de Dios) de estar en relación con nosotros.

— William H. Willimon en This We Believe

El Espíritu Santo es Dios presente.

— William H. Willimon en This We Believe

Jesús le respondió: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Sin mí, nadie puede llegar a Dios el Padre. Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre. Y desde ahora lo conocen, porque lo están viendo.

Entonces Felipe le dijo: Señor, déjanos ver al Padre. Eso es todo lo que necesitamos.

Jesús le contestó: Felipe, ya hace mucho tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, también ha visto al Padre. ¿Por qué me dices “Déjanos ver al Padre”? ¿No crees que yo y el Padre somos uno?

— Juan 14:6-10

El Dios que Wesley descubrió (o quizás más al grano de las historias de Lucas 15, ¡el Dios que descubrió a Wesley!) no es sólo poder soberano y gloria, sino también amor que busca y encuentra.

— William H. Willimon en This We Believe

Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca lo ha visto nadie. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y Su amor se perfecciona en nosotros. En esto sabemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de Su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió al Hijo para ser el Salvador del mundo. Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en él.

— 1 Juan 4:7-16

El evangelio de Jesucristo —el mensaje que Él proclamó, la vida que Él vivió, y el ministerio que Él practicó— puso en acción un movimiento redentor destinado a llenar toda la tierra.

Manual de Disciplina Iglesia Metodista Libre, 2023