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La Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo y, por lo tanto, nuestra autoridad suprema en la fe y práctica. No la leemos solo para adquirir conocimiento, sino para encontrarnos con el Dios trino, leyéndola a la luz de su persona y de la historia de salvación, y para ser transformados tanto individualmente como en comunidad.
Valores Beta #1: Palabra De Dios
Decir que la Biblia es la Palabra de Dios puede resultar difícil de explicar hasta que lo experimentamos personalmente. El apóstol Pablo escribió: “La fe viene por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). A lo largo de la historia, millones de personas han experimentado a Dios hablándoles a través de este antiguo libro. No han creído simplemente mediante la sólida argumentación, que de hecho existe, sino porque mediante su testimonio se han encontrado con Jesucristo.
La fe de la que habla Pablo no es una mera aceptación de ideas abstractas, sino una respuesta transformadora a la realidad de Dios. Como señala el biblista N. T. Wright, la fe responde a nuestros anhelos más profundos: el deseo de un mundo restaurado, de una espiritualidad auténtica, de dar sentido a la belleza del mundo, y de relaciones significativas. Esta verdad puede ser percibida, como decía el teólogo Juan Calvino, mediante un sensus divinitatis, una conciencia innata de lo divino. Todos poseemos este sentido que nos permite reconocer que hay una realidad más profunda que responde a nuestras inquietudes esenciales.
Jared Ortiz dice, basándose en un teólogo del siglo II llamado Ireneo de Lyon, que la fe revelada en la Biblia nos introduce en esta realidad. No se trata de una búsqueda que excluye la razón, sino de un conocimiento que la trasciende y la complementa. Así como nuestros sentidos nos permiten percibir el mundo material, la fe nos permite conocer la verdad espiritual. De manera similar, Blaise Pascal afirmaba que solo el Dios revelado en la Biblia puede llenar el vacío existencial del ser humano, esa ausencia en el corazón que solo Él puede ocupar. Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, sostenía que en Dios encontramos el verdadero sentido de la vida, nuestra necesidad más profunda.
Afirmar que la Biblia es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo es reconocer que, aunque escrita por autores humanos en distintos contextos, su mensaje es divino. No solo lo afirmamos por la experiencia de millones de creyentes a lo largo de la historia, sino también por la profunda armonía de sus escritos. A pesar de haber sido compuesta en diferentes épocas, lugares y por múltiples autores, la Biblia cuenta una historia unificada.
Esa gran historia es la historia de un Dios que busca relacionarse con nosotros, incluso cuando, una y otra vez, le hemos dado la espalda. Jesús explicó esta realidad con la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-24): somos como hijos que, en nuestra autosuficiencia, hemos querido vivir como si Dios no existiera, cayendo así en una existencia autodestructiva. Esto ha afectado no solo nuestra vida personal, sino también nuestras relaciones, la sociedad y nuestra conexión con la creación.
Sin embargo, esta no fue la intención original de Dios. Él nos creó para vivir en relación con Él, crecer en amor reflejando a Cristo. A pesar de nuestra rebeldía, su amor permanece inmutable. No nos ha abandonado, sino que sigue esperándonos con los brazos abiertos, saliendo a nuestro encuentro para restaurarnos y devolvernos a la vida para la que fuimos creados.
Este es el corazón de la historia de la salvación, la historia que atraviesa toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Un Dios que no solo nos busca, sino que, en su amor, decidió caminar entre nosotros y venir a rescatarnos.
El relato cristiano afirma ser la verdadera historia sobre Dios y el mundo, y se presenta como la explicación de la voz cuyo eco oímos en la búsqueda de la justicia, el deseo de espiritualidad, el anhelo de relación, el hambre de belleza.
— N.T. Wright en Simplemente Cristiano
Según San Ireneo, la fe no es una opinión subjetiva, sino que se funda en la realidad objetiva. La fe no se refiere a los sentimientos, sino que concierne tanto a la acción como a la moralidad. La fe no es contraria a la razón, sino que es el único camino hacia la verdadera comprensión. La fe no es una mera preferencia personal, sino que nos da acceso al fundamento de toda realidad, puesto que reconoce «lo que realmente es, tal como es». Así pues, lejos de ser un engaño, la fe «se funda en cosas verdaderamente reales». La fe nos conduce al fundamento sólido de la verdad, sobre el que podemos apostar nuestra vida, pues es la fe la que permite «una verdadera comprensión de lo que es» y conduce a la salvación eterna.
— Jared Ortiz en The Niced Creed: a Scriptural, Historical, and Theological Commentary
“Dios se relaciona con su pueblo y entra en su creación para facilitar esa relación. Así, la Biblia comienza con la presencia de Dios en relación con su pueblo en el jardín (Génesis) y termina con la presencia de Dios en relación con su pueblo en el jardín (Apocalipsis). Esta santa, intensa y poderosa presencia de Dios se le aparece a Moisés en la zarza ardiente y en el monte Sinaí, y luego entra en el tabernáculo (y más tarde en el templo) para que Dios pueda morar entre su pueblo. De hecho, la presencia de Dios morando entre su pueblo es fundamental para su pacto con ellos, y la relación de adoración de Israel con Dios se centra en su presencia en el tabernáculo o templo. Sin embargo, debido a su pecado y desobediencia, Israel es desterrado de la presencia de Dios. Dios se aleja del templo (Ezequiel) e Israel es exiliado lejos de la tierra. La restauración de la presencia de Dios está prometida a lo largo de los profetas del Antiguo Testamento y se cumple en los Evangelios cuando Jesús, Emanuel (Dios con nosotros), aparece. La encarnación lleva a su clímax la presencia relacional de Dios, el tema que impulsó toda la historia del Antiguo Testamento. En Hechos, después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo viene a morar dentro de cada creyente, tal como la santa presencia de Dios en el Antiguo Testamento moraba en el tabernáculo o templo. Pablo explica las amplias y trascendentales implicaciones teológicas de la presencia relacional del Dios Trino entre su pueblo. De hecho, casi todos los aspectos de la teología de Pablo se conectan con la presencia relacional de Dios. Toda la historia culmina al final del Apocalipsis, donde la presencia de Dios está una vez más en Jerusalén (la nueva Jerusalén) y en el jardín, relacionándose con su pueblo. Este “megatema” impulsa la historia bíblica, uniendo y brindando cohesión interconectada a través del canon para todos los demás temas principales, como el pacto, el reino, la creación, la santidad, la redención, la ley y la gracia, el pecado y el perdón, la vida y la muerte, la adoración y la vida obediente. Es, de hecho, el centro cohesivo de la teología bíblica”.
— J. Scott Duvall y J. Daniel Hays en God’s Relational Presence

Las personas de sano juicio siempre estarán seguros de que en las mentes está grabado un sentido de la divinidad que nunca puede borrarse. En efecto, la perversidad de los impíos, que aunque luchan furiosamente son incapaces de librarse del temor de Dios, es abundante testimonio de que esta convicción, a saber, que hay algún Dios, es naturalmente innata en todos, y está fijada en lo más profundo, como en la médula misma.
— Juan Calvino en la Institución de la Religión Cristiana

En su célebre ensayo “El hombre en busca de sentido” (1945), donde recoge sus observaciones en los campos de concentración durante la época nazi, el psiquiatra vienés Viktor Frankl propone que todas las personas buscamos o debemos buscar un sentido de nuestra vida. Y que no podemos vivir sin ese sentido. Ciertamente, explica, el sentido total de la realidad –el significado de la vida en términos generales– y de la historia nos sobrepasa, porque no somos Dios. Pero necesitamos abrirnos a ese sentido por medio de la razón y también de la fe. Primero la razón, en su vinculación con la experiencia personal y social, nos lleva a la conclusión de que la pregunta más inteligente no es el “porqué” nos sucede esto o lo otro, especialmente si es algo muy dificultoso; sino el “para qué”, qué nos pide la vida con ello. En segundo lugar, la fe. Afirmar que necesitamos de la fe, no es, para Frankl, saltar de repente a la religión, abandonando la experiencia humana cotidiana; pues todos vivimos continuamente ejercitando la fe humana en otros, confiando en quienes nos sirven a diario en la sociedad: en el farmacéutico y el arquitecto, en el conductor del tren y en el vendedor de pan. La fe cristiana es respuesta a la búsqueda del sentido, decíamos. Y no solo en cuanto que ilumina lo que otras respuestas dejan en tinieblas; sino también en cuanto que la fe implica “responder” con toda la vida a ese sentido del acontecer, entrevisto primero por la razón y luego confirmado por la revelación cristiana. Implica por tanto la “responsabilidad” de aceptar que en Dios se encuentra el sentido de la vida, de la historia y de todas las cosas; y la decisión y la constancia de obrar en consecuencia por amor a Dios y a los demás y al mundo creado, pues todos ellos son criaturas de Dios.
— Ramiro Pellitero en Dios y la búsqueda de sentido
Finalmente, leer la Escritura es también un acto de pacto: leemos como participantes en el drama del pacto de la redención. La noción de pacto es una de las imágenes más utilizadas en la Escritura para referirse a la relación salvadora de Dios con la creación. El Antiguo Testamento nos habla de múltiples pactos que Dios hace con la creación y su pueblo: con Noé (Gn. 9), Abraham (Gn. 17), Moisés y el pueblo de Israel (Ex. 6), y David (2 Sam. 2:7). Los actos de pacto de Dios son centrales en el drama de la salvación, y estos actos encuentran su culminación en la persona de Jesucristo. Los cristianos encontramos al Dios del pacto a través de la voz del Espíritu en la Escritura, quien incorpora a los creyentes al pacto en Cristo.
— Tod Billings en Hermenéutica Teológica