Lucas 23:32–43
Hay momentos en la vida que nos sacuden. Situaciones donde se hace difícil pensar que el amor puede seguir existiendo en medio de tanta injusticia. La cruz de Jesús es uno de esos momentos. No fue un accidente ni una escena decorativa. Fue una ejecución brutal. Fue una sentencia injusta. Culpan, castigan, humillan a Jesús… sin haber hecho nada malo. Y, sin embargo, es allí donde Él muestra el amor más grande que existe.
Jesús está colgado de una cruz, junto a dos criminales. Quienes están alrededor le gritan burlándose: “¡a ver ahora, sálvate a ti mismo!” Y claro, tenía poder para hacerlo. Podría haber terminado todo en un instante. Pero Jesús elige no salvarse, porque su meta no era escapar, sino entregarse.
Aquí no vemos a un Dios castigador que necesita desquitarse. Jesús no está tomando “nuestro castigo” para calmar la ira de dios. Aquí vemos a un Dios que se involucra tanto con nuestro dolor que lo hace suyo. Está tomando nuestro lugar en la existencia humana herida: en la injusticia, la violencia, la soledad, la muerte. Y al abrazar ese lugar, lo transforma en camino de vida. Jesús al tomar nuestro lugar, toma nuestros errores y el dolor que causan, abriendo un camino para sanar y encontrar paz con Dios, con los demás y con nosotros mismos. Es por todo esto que Jesús no se salva a sí mismo, porque está salvándonos a todos.
Volvamos a la escena. Se han burlado de Él, lo han golpeado, lo han humillado… lo colgaron en una cruz. Está rodeado de quienes lo pusieron ahí: líderes religiosos que lo quieren fuera, soldados romanos que siguen órdenes sin pensar, multitudes que gritaron “¡Crucifícalo!” sin reflexionar demasiado. Y aun así, su primera palabra no es odio, no es venganza, no es “¿Por qué me hicieron esto?”.
Es perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34)
¿Te lo imaginas? Jesús está siendo asesinado, y su reacción es pedirle a Dios Padre que perdone a los que lo están matando. Aquí no está justificando el mal, más bien está deteniendo la cadena de violencia. No porque lo merezcan. No porque hayan pedido disculpas. Sino porque el amor de Jesús… actúa primero.
Jesús no está perdonando solo a “pecadores en general”. Perdona a los responsables directos de su sufrimiento: los soldados que lo clavaron, los líderes que manipularon el juicio, la multitud que prefirió liberar a un criminal en lugar de Él. Incluso, perdona a uno de los criminales crucificados junto con él, que reconoce su error y le pide ayuda en el último momento. Y Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:43).
Aquí vemos algo profundo: Jesús ofrece perdón a todos, pero no todos lo reciben de la misma manera. Muchos son perdonados, pero no necesariamente confían en Él ni viven ese perdón como salvación. El criminal creyó, aceptó el perdón y fue salvado, mientras que otros, aunque perdonados, no hicieron esa elección consciente.
La cruz nos muestra entonces dos cosas:
- Jesús perdona a todos, sin esperar que hayan cambiado primero.
- Solo quienes aceptan y confían en Él hacen del perdón un camino de vida.
En la cruz descubrimos que el amor de Dios no tiene límites: llega hasta el enemigo, hasta el último minuto, hasta lo más bajo de la experiencia humana. Pero también es un amor que ofrece perdón, invita a confiar y transforma a quienes lo reciben plenamente.
Esto cambia la forma de ver a Dios. Dios no es un juez distante que espera a que te portes bien para amarte. Dios no está con los brazos cruzados, esperando que logres “ser mejor”. Dios no necesita sangre para amarte. Dios mismo, en Cristo, entra en nuestro sufrimiento, lo comparte y lo transforma. Un profesor lo decía así: “Dios no nos ama porque Cristo murió por nosotros; Cristo murió por nosotros porque Dios nos ama”.
Eso lo vemos en que, en la cruz, Jesús no es solo una víctima. Es alguien que elige perdonar, que sabe lo que está haciendo. Él entiende que muchas veces actuamos desde la ignorancia, la confusión o el miedo. No está justificando la maldad, pero nos dice: “Aun así, quiero perdonar”. Así que, la cruz no es para cambiar a Dios. La cruz es para cambiarnos a nosotros.
Quizás tú no has crucificado a nadie. Pero sí sabes lo que es fallar, tener culpas, cargar con heridas o sentirte lejos de Dios. Y quizá te preguntas: ¿Será que Dios todavía me quiere cerca? La cruz responde con un sí rotundo: Sí, Jesús todavía te quiere cerca. Sí, su perdón es más grande que tus errores. Sí, su amor actúa antes de que tú tengas todo claro. Sí, todavía eres amado. Dios te ama tal como eres, incluso si vienes con culpa, heridas, enojo o muchas dudas.
Esta semana recuerda que Jesús no se salvó a sí mismo, porque estaba salvándonos a todos. Recuerda que cuando tenía todas las razones para odiar, eligió perdonar. Recuerda que ese perdón sigue alcanzándonos incluso a quienes creen estar muy lejos.
En resumen: la cruz no es un símbolo religioso. Es una realidad dura… pero también es el lugar donde el amor de Dios se volvió visible, real, personal. Un amor que absorbe la violencia sin devolverla. Un amor que perdona a los enemigos. Un amor que sigue disponible hoy para ti. No importa cuánto sepas. No importa si estás comenzando. Dios no está esperando tu versión perfecta. Está esperando tu corazón sincero.
Una oración para cerrar: “Jesús, me impacta que en medio del dolor pidieras perdón. Quiero creer que ese perdón también es para mí. Ayúdame a recibirlo y a vivir desde ese amor. Amén.”
Recursos consultados:
Green, Joel B. The Gospel of Luke, ed. Gordon D. Fee, New International Commentary of the New Testament (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company, 1997).
Kärkkäinen, Veli-Matti .Teología sistemática global: Un acercamiento pluralista, trad. Randolph Angulo y Carolina Angulo (Salem, OR: Publicaciones Kerigma, 2022).
Spencer, F. Scott. Luke, ed. Joel B. Green, The Two Horizons New Testament Commentary (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company, 2019).