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Un mundo bueno, una imagen rota, una esperanza de restauración

Génesis 1-2

Imaginen por un momento que pueden ver el primer capítulo de la historia humana, como si fuera el inicio de una película épica.

La cámara se enciende: no hay nada, solo vacío y caos. 

Entonces una voz habla  —la Voz de Dios—, y con cada palabra algo nuevo surge.  

El universo, la tierra, y la vida. 

Cuadro tras cuadro, todo va tomando forma: las estrellas brillan, los árboles florecen, los animales corren. Todo tiene orden, todo tiene sentido. Nuestra realidad no es aleatoria; tiene estructura, ritmo y propósito. 

Primero llegó la luz, rompiendo la oscuridad infinita. Luego, el cielo y las aguas se separaron, como si se extendiera un lienzo.  La tierra se elevó, los mares se reunieron y las plantas verdes brotaron por toda la tierra.

Los cielos se llenaron de luces: el sol para regir el día, la luna y las estrellas para guiar la noche. Las aves surcaron los cielos, los peces surcaron las aguas y los animales caminaron sobre la tierra. Después de cada paso, Dios lo llama “bueno”.

Finalmente, Dios creó a los seres humanos —hombre y mujer—, dándoles la tarea especial de cuidar la tierra y reflejar la propia imagen de Dios.

Al final, Dios miró todo y dijo: «Esto es muy bueno». Entonces Dios descansó, no porque esté cansado, sino porque todo está completo, íntegro y en equilibrio. Este descanso es una imagen de paz, de la vida para la que fuimos creados.

Este pasaje no pretende ser una “clase de ciencia”, sino más bien una “clase sobre la vida”. No busca responder el cómo sino el porqué. Es una historia de origen que te dice que todo tiene orden, belleza y propósito. Nos dice que el mundo tiene sentido, las personas tienen valor y la vida necesita equilibrio. Respondiendo así a las preguntas más profundas: ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué significa ser humano?

Bueno, ¿y nosotros?

Hace unos años compramos un espejo por internet. Luego nos enteramos de que no hacían envíos a la ciudad donde vivíamos, y no encontramos ese modelo en ninguna parte. El desafío era: ¿cómo traerlo? Así que fui a buscarlo personalmente y lo llevé en bus, recostado en un asiento como si fuera otra persona. Confiamos, torpezas de novatos: no lo anclamos bien, y la aspiradora robot terminó golpeándolo. Se cayó, hubo gritos y caos, y mientras sacábamos a las perritas y limpiábamos, nos preguntamos: ¿qué hacer ahora? Lo llevamos a una vidriería, donde aceptaron restaurarlo. Tras varias semanas de espera hasta que un maestro experto estuviera disponible, finalmente regresó a casa, esta vez bien anclado y perfecto.

Esa experiencia se parece mucho a nuestra historia como humanos.

En el principio, Dios creó todo lo bueno. El autor de este relato lo repite varias veces: “Y vio Dios que era bueno”. El mundo no comenzó en caos ni en violencia, sino en bondad: un mundo lleno de belleza, orden y significado. A los humanos se les dio un rol especial: reflejar la imagen de Dios, como espejos que muestran su amor, creatividad y bondad al mundo. Al crear a la humanidad, el veredicto fue aún más fuerte: “muy bueno”. 

El texto dice que fuimos creados a imagen de Dios. Esa frase es como decir: “ustedes son espejos”. No para reflejarse a sí mismos, sino para reflejar algo más grande: la bondad, la creatividad, el amor de Dios. Es como cuando un artista pinta un cuadro y en la obra siempre queda una huella de su estilo, de su firma. Nosotros somos esa firma en el universo.

Así que fuimos creados para reflejar el carácter de Dios: vivir en amor, cuidar la creación, relacionarnos con dignidad y justicia. Sobre la dignidad: todos, absolutamente todos, llevamos algo sagrado, algo valioso en lo profundo de nuestra identidad. Fuimos creados para caminar en armonía con Dios, unos con otros y con la creación. Y fuimos creados tanto con dignidad como con responsabilidad, como cuidadores de la creación de Dios, de la tierra y de los demás. Todos llevamos algo sagrado en lo profundo de nuestra identidad. La humanidad fue concebida para ser un ícono viviente de la presencia de Dios en el mundo.

Algo se rompió

Pero algo salió mal. En lugar de confiar en el Creador, la humanidad intentó vivir a su manera, intentamos emanciparnos de Él. Queríamos ser “autosuficientes”, pero en el camino nos desconectamos de la fuente de vida. El espejo se quebró. Aún reflejamos a Dios, pero la imagen está borrosa, distorsionada. Por eso vemos tanta desolación: egoísmo, injusticia, violencia…caos y vacío.

Si miramos el mundo hoy, parece que esa bondad inicial se perdió. Guerras, injusticia, violencia, contaminación, soledad. Y no solo en el mundo “allá afuera”, sino también dentro de nosotros mismos. ¿Quién no ha sentido que a veces hace justo lo contrario de lo que sabe que está bien? 

Fuimos creados para reflejar a Dios, pero al buscar la autosuficiencia nos desconectamos de Él. 

Aún llevamos la imagen de Dios, ese espejo dentro, pero está agrietado. Todavía refleja la imagen, pero distorsionada. Así se quebró la armonía de la creación: nuestra relación con Dios, con los demás y hasta con la tierra quedó herida.

La historia no termina ahí. 

Génesis 1 sienta las bases de toda la Biblia: nos presenta a un Dios que no renuncia a su creación. Aquí entra la buena noticia: en Jesús, la verdadera imagen de Dios, vemos lo que la humanidad siempre debió ser. En Él, la historia de la creación continúa; lo perdido puede restaurarse, lo roto puede sanar.

El pastor Ireneo en el año 180 decía que Jesús reescribe la historia de la humanidad y la nuestra, devolviéndonos el rumbo perdido. Donde el primer ser humano cayó, Jesús venció; lo que Adán dañó con su desobediencia, Cristo lo restauró con su obediencia. Retomó toda la historia humana desde el principio, pero ahora vivida fielmente a Dios.  Él rehace el camino, para que la humanidad pueda tener un destino distinto. Por eso, la salvación no consiste solo en quitar la culpa, sino en sanar nuestra naturaleza y devolvernos la posibilidad de reflejar plenamente la imagen de Dios.

La meta de la salvación no es únicamente el perdón de los pecados —aunque ese es un punto de partida esencial—, sino la restauración de lo que significa ser verdaderamente humanos en comunión con Dios, la restauración total de la imagen de Dios en nosotros. 

Jesús no solo limpia nuestro pasado: reescribe la historia entera de la humanidad y nos enseña cómo reflejar plenamente la imagen de Dios. Esto ocurre al seguir su ejemplo, confiar en Él y dejar que su amor transforme nuestro corazón, nuestra forma de pensar y de actuar. Es un proceso de restauración interior, como un espejo roto que es cuidadosamente reparado y pulido hasta que su reflejo vuelve a ser claro. No se trata de borrarnos o convertirnos en alguien distinto, sino de volver a nuestro diseño original: vivir en comunión con Dios, amar a los demás y actuar con justicia, bondad y creatividad.

La meta de la salvación no es únicamente el perdón de los pecados, aunque eso es esencial, sino la restauración total de lo que significa ser verdaderamente humanos en comunión con Dios. Jesús nos muestra el modelo de la verdadera humanidad: amor, confianza y plenitud. Esa meta implica ser transformados interiormente y restaurados en el amor perfecto, volviendo al diseño original de Génesis 1: vivir en amor a Dios y al prójimo, reflejando su imagen. Como decía san Agustín, la salvación puede entenderse como un reordenamiento del amor humano: amar a Dios y al prójimo en lugar de vivir centrados en nosotros mismos. Solo a través de este reordenamiento se puede alcanzar la verdadera felicidad y vivir conforme a la imagen de Dios en nosotros.

La salvación también es una nueva creación (2 Corintios 5:17), un anticipo del cielo y la tierra renovados, donde la humanidad y toda la creación vuelven a estar en armonía. 

Jesús no borra nuestra identidad ni nos resetea; nos devuelve a nuestro sentido original. Él es el “modelo humano perfecto”, la actualización que muestra cómo debimos vivir desde el principio: en comunión con Él, amando, ayudando y confiando. A través de Él podemos ser restaurados, como un espejo que vuelve a brillar tras ser reparado, para reflejar otra vez la imagen de Dios en el mundo.

¿Por qué importa esto hoy?

• Identidad: No eres un accidente. Fuiste creado con propósito, con valor, con dignidad.

• Realidad: El mundo está roto, y tú también lo notas. No es una ilusión, es la grieta en el espejo.

• Esperanza: La grieta no es el final de la historia. En Cristo, la imagen puede ser restaurada. Podemos volver a ser plenamente humanos, como Dios soñó desde el inicio.

Un cierre reflexivo

Génesis 1 no es solo un relato antiguo: es el primer capítulo de una historia que todavía se escribe. Empieza con un mundo bueno, sigue con una imagen rota, y apunta a una restauración posible. Esa historia también es tu historia. La gran pregunta no es solo “¿cómo empezó todo?”, sino “¿quién soy yo y hacia dónde voy?”. 

La invitación hoy es simple: 

Quizás hoy la invitación es simplemente esta: mirarte al espejo, ver tus grietas, pero también descubrir que debajo de esas fisuras todavía brilla la imagen de Dios. Y que esa imagen puede ser reparada.

Recursos consultados: 

Blackwell, Ben C. y R. L. Hatchett, Engaging Theology: A Biblical, Historical, and Practical Introduction (Grand Rapids, MI: Zondervan Academic, 2019).

Kärkkäinen, Veli-Matti .Teología sistemática global: Un acercamiento pluralista, trad. Randolph Angulo y Carolina Angulo (Salem, OR: Publicaciones Kerigma, 2022).

Middleton, J. Richard .From Primal Harmony to a Broken World en Earnest: Interdisciplinary Work Inspired by the Life and Teachings of B. T. Roberts, eds. Andrew C. Koehl y David Basinger (Eugene, OR: Wipf and Stock Publishers, 2017).