Genesis 27:1-4, 15-23; 28:10-17, Juan 1:50-51
Jacob engañó a su padre y huyó de casa.
Pero en medio del desierto, descubrió algo que cambió su vida:
una escalera que unía el cielo y la tierra.
Siglos después, Jesús diría:
“Verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre.”
Él es esa escalera.
El puente entre Dios y nosotros.
La señal de que el cielo sigue abierto,
incluso cuando nuestra historia parece cerrarse.
Dios no trabaja solo con los “buenos”; trabaja con los reales.
Con quienes tropiezan, dudan, y aun así buscan.
La gracia no se gana, se recibe.
1. Jacob: el tramposo que recibe la bendición
Cuando pensamos en figuras bíblicas, solemos imaginarnos héroes con fe firme y conducta intachable. Pero la Biblia no es un catálogo de santos perfectos, sino un retrato honesto de personas reales, con luces y sombras. Jacob es un buen ejemplo de ello. Engañó a su padre, se disfrazó de su hermano y se robó la bendición que no le correspondía. Su historia parece más sacada de una serie de Netflix que de un héroe espiritual.
Aun así, en la Biblia Jacob es quien hereda la promesa de Dios a su papá y su abuelo, Isaac y Abraham. Es un recordatorio incómodo pero liberador: Dios no solo trabaja con los “buenos”, también con personas rotas, egoístas y hasta tramposas. La gracia no se gana, se recibe.
La historia de Génesis 27 comienza un poco antes. Esaú, cansado y hambriento, vende su primogenitura a Jacob por un plato de lentejas. En su prisa y deseo momentáneo, desprecia la bendición de Dios y el legado de su familia, mostrando cómo a veces lo inmediato nos hace perder lo eterno. Jacob, en cambio, observa y espera; aunque su actuar no es inocente, la historia ya comienza a mostrar cómo Dios puede usar incluso nuestras estrategias humanas para cumplir su propósito.
Luego, Isaac, ya anciano y casi ciego, decide bendecir a Esaú, su hijo mayor. Esa bendición no era un simple deseo de buena suerte, sino la transmisión de la promesa divina hecha a Abraham e Isaac. Pero Rebeca, esposa de Isaac y madre de los mellizos, tenía otro plan. Entre el favoritismo y la convicción, ella recordaba la palabra de Dios antes del nacimiento: “el mayor servirá al menor” (Gn 25:23). Convencida de que Jacob debía recibir la bendición, organiza un engaño.
Jacob se disfraza de Esaú, tomo su ropa y puso en sus brazos piel de cabritos, al parecer Esaú era bien velludo, lleva un plato preparado por su madre y entra en la tienda de su padre. Isaac, desconfiado, dice: “La voz es de Jacob, pero las manos son de Esaú” (27:22). Sin embargo, termina cediendo y lo bendice. A los pocos minutos llega Esaú, descubre la trampa y estalla en rabia. Lo que Jacob ganó con astucia, ahora lo obliga a huir por su vida. Esaú planea matarlo, y Rebeca lo envía a la casa de su tío Labán.
Humanamente no era el candidato ideal para ser patriarca: marcado por la ambición y el engaño, distaba mucho del modelo moral que esperaríamos. Pero aquí aparece un tema clave de la Biblia: Dios no se limita a trabajar con los “aptos” o “dignos”. La elección de Jacob nos confronta con la gracia: lo que recibimos de Dios no depende de nuestros méritos, sino de su fidelidad a sus promesas.
2. La escalera entre cielo y tierra

En su huida, cansado y con miedo, Jacob se detuvo a pasar la noche. Usó una piedra como almohada y soñó con una escalera que unía cielo y tierra —o mejor dicho, una “rampa”, un ziggurat, como una pirámide escalonada—. Ángeles subían y bajaban, como si el tráfico entre lo divino y lo humano nunca se detuviera. Y en lo alto, Dios le habló:
“Yo soy el Señor y estoy contigo hasta cumplir todo lo que te he prometido. No te dejaré y te protegeré hasta cumplir lo que le prometí a tu papá y a tu abuelo: tu descendencia será grande, vivirán acá, y a través de ti y uno de ellos serán benditas todas las familias de la tierra”.
Este sueño cambia todo: Jacob, el fugitivo tramposo, descubre que las promesas de Dios eran finalmente para él. Aunque huyó de casa y cargaba con su engaño, Dios no lo había abandonado. Ahora recibe una bendición directa, sin trampas ni disfraces. El cielo no está cerrado sobre él: Dios sigue actuando, con ángeles que suben y bajan, y le asegura su compañía y protección.
Al despertar, Jacob exclamó: “¡Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía! ¡Qué impresionante es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo” (Gn 28:16-17). Y llamó a ese lugar Betel, “casa de Dios”.
La visión de la escalera revela algo profundo: el mundo no está desconectado de lo divino. La distancia entre cielo y tierra no es insalvable, porque Dios mismo sostiene un puente de vida, cuidado y propósito. Aunque no lo veamos, Él sigue en acción, y esa conexión no depende de nuestra perfección, sino de su decisión de acompañar a su gente.
Jacob, llamado “el manipulador”, atraviesa un profundo camino de transformación. Arrepentido, se prepara para reconciliarse con su hermano de manera generosa y pacífica. En esa espera, en un lugar llamado Peniel, lucha con un hombre que es en realidad la manifestación de Dios; esta confrontación no es violenta, sino espiritual, reflejando su lucha interior, sus temores y su dependencia de Dios. El hecho de que Jacob no pueda vencer a Dios simboliza que nuestra vida y nuestro destino no dependen de nuestras fuerzas ni de nuestras estrategias humanas. La lucha refleja tanto su perseverancia como su dependencia: Jacob insiste hasta recibir la bendición de Dios y un conocimiento más profundo de Él, quizá siguiendo el ejemplo de fe de su abuelo. Sin embargo, descubre que la verdadera victoria no consiste en dominar a Dios, sino en vivir bajo su gracia.
Jacob sale de Peniel cojeando, recordatorio físico de que, aunque luchó, fue Dios quien determinó el curso de su vida y le otorgó la bendición. Allí recibe un nuevo nombre, Israel, “el que lucha con Dios”, señal de que su identidad ya no dependerá de sus astucias, sino de su relación con Dios. Este momento marca un antes y un después: Jacob deja de ser solo un hombre que busca su propio beneficio y se convierte en el patriarca de un pueblo llamado a confiar en la gracia divina y vivir conforme a la promesa de Dios. Así, la historia de Jacob apunta a Cristo, el verdadero “Israel” que lucha por nosotros y con nosotros, quien, no por astucia sino por amor y obediencia perfecta, nos reconcilia con Dios y nos abre la vida bajo su gracia.
3. Jesús el puente entre el cielo y la tierra
Siglos después, en el evangelio de Juan, esta misma imagen reaparece.
Jesús se encuentra con Natanael, que al principio duda: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Jesús había crecido en un pueblito, lejos de los centros de poder, del ruido de las grandes ciudades. Y tal como sigue ocurriendo, en ese tiempo quienes venían de provincia, del campo, de lo profundo, al parecer, eran menospreciados. Pero Jesús lo sorprende revelándole lo que el pensaba cuando estaba bajo una higuera, y Natanael responde: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.
Jesús lo describe así: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn 1:47). Esta frase no es casual: lo contrasta directamente con Jacob, que obtuvo la bendición precisamente a través del engaño (Gn 27:35). Si Jacob era conocido como el tramposo, Natanael aparece como un israelita auténtico, sin doblez.
Natanael representa al Israel fiel, abierto a reconocer a Jesús. Su sinceridad lo distingue de quienes se oponen a Jesús, quienes con engaños lo llevan a la cruz. En contraste con Jacob, definido por el engaño, Natanael se presenta como un “verdadero” hijo de Israel, capaz de ver y confesar la identidad de Jesús.
Y como Jacob tuvo la visión de la escalera, Natanael escucha de labios de Jesús que él mismo es esa escalera viviente: “¿Crees porque te dije que te vi debajo de la higuera? Verás cosas mayores que estas. Y añadió: De cierto, de cierto les digo: verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre” (Jn 1:50–51).
Es como si dijera: “¿Te acuerdas de la escalera de Jacob? Yo soy esa conexión. En mí, Dios baja a encontrarse contigo y tú puedes subir a encontrarte con Él”. Jesús se identifica como el puente vivo entre el cielo y la tierra, entre Dios y la humanidad. Ya no se trata de un sueño en medio de la nada, sino de una realidad encarnada en la persona de Jesús. Lo que Jacob vio en un sueño, los discípulos lo experimentarían caminando con Jesús: en Él, lo divino y lo humano se encuentran.
Mientras Jacob necesitó un sueño para darse cuenta de que “Dios estaba en este lugar”, en Jesús la presencia de Dios se vuelve visible y permanente. El evangelista subraya que Jesús es la nueva “casa de Dios”, el verdadero Betel, el templo viviente donde Dios habita entre nosotros (cf. Jn 1:14; 2:19–21). Tal como dijo Jesús: “pues donde se reúnen dos o tres en mi nombre, yo estoy allí entre ellos” (Mateo 18:20).
La escalera ya no es un objeto, sino una persona. Y la bendición que antes parecía reservada a un clan se abre ahora a todas las naciones: un acceso libre al Padre. La promesa de Génesis —“todas las familias de la tierra serán bendecidas en ti”— encuentra en Jesús su cumplimiento. En Cristo, el Dios que acompañó a Jacob en su huida se hace presente entre nosotros, incluso en nuestras propias huidas, engaños y fracasos.
5. De Jacob a nosotros: gracia que sorprende
Si somos honestos, todos tenemos un poco de Jacob. Quizás no has engañado a tu hermano, pero seguro conoces la sensación de fallar, de equivocarnos, de sentir que no merecemos nada de Dios. No porque todos engañemos a propósito, sino porque buscamos afirmación, seguridad y bendición a nuestra manera, a veces torpemente, a veces con egoísmo. Como Jacob, cargamos contradicciones. La historia de Jacob y la promesa de Jesús nos recuerdan que no importa lo torcidos que estemos: Dios sigue construyendo puentes hacia nosotros.
Al igual que con Jacob, Dios no espera a que tengamos todo resuelto para acercarse. Viene a nuestro encuentro en medio del desorden, abre el cielo sobre nuestra vida, nos sorprende con su fidelidad y nos promete: “No te dejaré”. La fe no comienza en la perfección, sino en la gracia que nos transforma. Jacob pasó de ser un tramposo calculador a recibir una nueva identidad; Natanael pasó del prejuicio y el rechazo a creer sinceramente. Así nosotros somos alcanzados por el amor de Dios, que no nos abandona y poco a poco nos va transformando.
También podemos parecernos a Natanael, un corazón transparente, dispuesto a reconocer la verdad cuando se nos revela. Jesús nos conoce por dentro, como conoció a Natanael bajo la higuera. Su mirada va más allá de la apariencia, y esa mirada puede convertirse en el inicio de una nueva confesión de fe: “Tú eres el Hijo de Dios” (Jn 1:49).
La buena noticia es que Jesús no espera a que seamos perfectos para abrirnos el cielo. A Jacob lo encontró en su huida. A Natanael lo sorprendió al mostrarle que le conocía. A nosotros nos sigue buscando con la misma gracia. Incluso una vez siendo cristianos seguimos luchando, por lo que Dios pide honestidad real no perfección artificial. 1 Juan nos dice que Dios no quiere que pequemos, y que hacerlo de forma consistente está mal, pero que la realidad es que fallamos, incluso en el mandamiento más simple y claro, amar a nuestros hermanas y hermanos, imagínate con la versión pro de ese mandamiento: amar a los enemigos. Nos cuesta, pero si somos honestos, podemos seguir creciendo en el amor que Cristo nos ejemplifica. Por eso la Biblia dice: “pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
6. Creer, amar y hacer hoy
¿Qué significa todo esto hoy? Para quienes no están acostumbrados al lenguaje religioso, la historia de Jacob y Natanael nos recuerda algo esencial: la fe no es un club exclusivo para “los buenos”, sino una invitación abierta a todos los que buscan sentido en medio del caos.
- Creer: Como Jacob, estamos llamados a abrir los ojos y reconocer: “Dios está aquí, y yo no lo sabía”. Creer es descubrir que no estamos solos, que existe una conexión invisible pero real entre el cielo y nuestra vida diaria. No se trata de tener todas las respuestas, sino de confiar en que Dios camina con nosotros. Como Natanael, necesitamos dejarnos sorprender por la mirada de Jesús, que conoce lo que somos y aun así nos invita a seguirlo. Creer es confiar en que Jesús es la escalera viva, el puente hacia Dios.
- Amar: La historia de Jacob y la de Natanael nos recuerdan que el amor comienza con Dios. Jacob, a pesar de su engaño, fue alcanzado por una promesa de fidelidad inquebrantable. Natanael, con su corazón sincero, fue sorprendido por la mirada de Jesús que lo conocía y lo afirmaba. Ambos nos muestran que antes de amar, necesitamos dejarnos amar: recibir la gracia de un Dios que no nos abandona y que nos llama por nuestro nombre. Ese amor nos mueve a responder amando a Dios con gratitud y confianza, y a los demás con paciencia y misericordia. Ya que Dios no nos abandonó en nuestros engaños ni en nuestras contradicciones, ¿cómo podríamos nosotros abandonar a los demás en sus errores? Amar significa reflejar la gracia que hemos recibido: acompañar, perdonar y construir relaciones no basadas en contratos (“te doy si me das”), sino en pactos de fidelidad, como los que Dios sostuvo con Abraham, Isaac y Jacob.
- Hacer: La visión de Jacob lo movió a levantarse, erigir una piedra como señal y seguir adelante con un compromiso renovado. También nosotros estamos llamados a actuar: a caminar con esperanza, a construir puentes en lugar de muros, a ser señales de reconciliación en un mundo dividido. Creer sin hacer es quedarse en sueños; hacer sin creer es agotarse. Pero creer, amar y hacer juntos nos conectan con la misión de Dios y nos convierten en lugares de encuentro donde otros puedan experimentar que el cielo y la tierra siguen unidos en Jesús. Muchos al igual que Jacob pueden decir “Dios estaba acá pero no me había dado cuenta”. A la gente no le faltan experiencias con Dios, incluso desde el vientre de nuestras mamás, lo que no sabíamos es como nombrar, explicar y contener la experiencia con Dios que han estado y están experimentado en sus vidas. Ayudemos a otros a decir: este momento de mi vida, esta experiencia, esta situación es casa de Dios y puerta del cielo. Que podamos reconocer a ese Dios que nos busca y encuentra, incluso en una noche oscura en medio de la nada, huyendo por nuestros problemas, o cuando estamos sentados bajo la sombra de una higuera esperando nuevos tiempos.
Conclusión
Jacob recibió una bendición tramposamente, pero en el desierto descubrió que la verdadera bendición venía directamente de Dios. Soñó con una escalera al cielo, y siglos después Jesús reveló que él mismo es esa escalera. Hoy, nosotros somos invitados a caminar por ese rampa: a creer en la presencia de Dios en nuestra vida, a amar como él nos ama, y a hacer de nuestro mundo un lugar donde el cielo y la tierra sigan encontrándose.
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